El hijo de casa by Dante Liano

El hijo de casa by Dante Liano

autor:Dante Liano [Liano, Dante]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2002-01-01T00:00:00+00:00


15

—¿Dinero? —se ríe Manuel, con sus encías desmesuradas y los dientes abiertos, disparejos⁠—. En esa casa no había ni para caerse muerto. —⁠Los periodistas anotan en sus libretas⁠—. Yo no maté a ese viejo maldito por el dinero. Lo maté por las humillaciones, ya se los he dicho mil veces, lo maté porque ya no podía más con el odio que me estaba carcomiendo las entrañas.

Anotan los periodistas en sus libretas y Manuel se da cuenta, se llena de vanidad y sigue hablando y hablando, moviendo los brazos en forma extraña («con sus modales afeminados y la voz en falsete», dirá el principal diario de la tarde), exagerando y hasta inventando cuando la memoria le falla. Un flash lo ciega, y entonces hace un gesto como el de quien se quita una telaraña de los ojos. Quizá ésa había sido la mayor sorpresa de policías y periodistas cuando se vieron delante al jefe de la banda de asesinos.

—Maricón —dijo uno de ellos—, éste es un puto que te cagas.

Algunos colegas piadosos lo vieron con reproche, por ese lenguaje devastador.

—Pero usted no lo mató —interroga uno de ellos.

—Si hay algo de qué me arrepiento, es de eso, precisamente. —⁠Se da cuenta de que la frase le salió bien y la redondea⁠—: Si hay algo de qué me arrepiento, es de no haberlo matado yo con mis propias manos. Ahora todavía me queda el odio, porque me habría aliviado sólo descargándole el machete con estas manos que pronto se van a comer los gusanos.

Usaba los dichos populares cambiándolos ligeramente y eso le creaba un lenguaje que los lectores de los periódicos devoraban y memorizaban. Manuel había escogido, desde el principio, mostrarse como ejemplo de impiedad. El señor Numancio, en el café, estaba escandalizado y repetía frases del Libro como para exorcizar al malhablado. En realidad, todos comentábamos asombrados la falta de arrepentimiento de Manuel, que de pronto se volvió el centro de nuestras conversaciones. El doctor Zamora afirmaba que lo más conveniente era un examen de sus facultades mentales, pero con todo el respeto que guardábamos al sabio médico, ninguno de nosotros estaba de acuerdo con eso. Sentíamos que todo tenía que terminar delante de la horca, y que ese destino era necesario para calmar la indignación de cada uno de nosotros.

—Pero usted le prometió a los otros grandes cantidades de dinero —⁠interviene el enviado de El Sol.

Manuel se ríe a grandes carcajadas.

—¡Y joyas, y diamantes y el tesoro de Alí Babá! —⁠Se sigue riendo, actuando, imaginando los titulares de esa tarde⁠—. Si no les prometía dinero, jamás se iban a embarcar conmigo en matar a esos desgraciados.

—¿Y no tiene miedo de una venganza, de que le hagan algo en la prisión?

—Todos los reos darían lo que no tienen por matarme. Me vigila la policía —⁠subrayaba sabiendo que esa información iba a aumentar la indignación de la gente⁠—. Me vigila para que los otros no me hagan nada.

»Mejor me hubiera dejado en la calle, donde yo tenía mis conocidos y sabía cómo sobrevivir.



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